Co-written with Cristina Casabon
Originally published at World Economic Forum
Entre los expertos y los think tanks de política exterior de Nueva York y Washington, pocos apoyaban a Trump; ni siquiera contemplaban la posibilidad de que fuera elegido. Ahora que la polvareda se ha disipado y el magnate populista está a punto de instalarse en la Casa Blanca, los analistas comienzan a intentar predecir los próximos movimientos.
Lo que hace difícil predecir a Trump es que tiene un historial de movimientos en zigzag. No parece ser un derechista ideológico genuino, sino más bien un oportunista que ha promocionado una serie de lo que solo con mucha imaginación podrían calificarse de “políticas”. Su propia trayectoria de afiliación partidista lo dice todo: antes de 1987, era un demócrata registrado; después se afilió al Partido Republicano, después al Partido Reformista de Ross Perot, después de nuevo a los Demócratas, y más tarde ─tras la victoria de Obama─, de vuelta a los Republicanos.
Su campaña ha estado caracterizada desde su inicio por una gran atención mediática a nivel nacional e internacional debido a la sucesión de declaraciones polémicas. Aprovechándose de la reputación de depredadora de Hillary Clinton – quien ya ha sido candidata a la presidencia en 2008, además de Secretaria de Estado, senadora y primera dama de Estados Unidos -, del resentimiento de la población estadounidense por las numerosas aventuras militares del país en el extranjero, y el descontento con el stablishment, Trump ha prometido “hacer grande a Estados Unidos de nuevo”.
Lo único que podemos asegurar es que es muy difícil conocer la dirección de la política exterior de Trump, si bien ya sabemos algunos rasgos importantes: Trump es pro-Israel, apoya la decisión de Gran Bretaña de dejar la Unión Europea, y quiere normalizar las relaciones entre Estados Unidos y Rusia. Por otro lado, se prevé que el unilateralismo será la pauta de comportamiento en asuntos globales.
La política de Trump en Oriente Medio podría depender de muchos factores, entre ellos sus relaciones con Moscú, Riad y Tel Aviv, su posición sobre la intervención del ejército estadounidense en Irak, Siria y Yemen, y las exigencias del Congreso, dominado por los Republicanos, en temas centrales como el acuerdo con Irán. Trump no es un genuino defensor de la democracia en Oriente Medio.
Nada de lo que dijo en sus discursos de campaña significa un repliegue de la política mundial, sino que defiende un mayor presupuesto militar y una escalada en la lucha contra Daesh (ISIS).
Aunque comenzó exigiendo entre 20 y 30 000 efectivos militares contra Daesh, después se retractó y dijo que Arabia Saudita debía suministrar esas fuerzas. Unas veces ha dicho que la guerra respaldada por las Naciones Unidas en Afganistán era un error y otras veces ha estado de acuerdo. Cuando se produjo la intervención en Libia, también apoyada por la ONU, estuvo a favor del derrocamiento del presidente del país, Mohamad Gaddafi, pero desde entonces ha cambiado de postura más de una vez.
Aunque en los tres debates presidenciales prometió romper el acuerdo con Irán, los analistas señalan que es poco probable que lo haga, sobre todo porque el trato cuenta con el apoyo de otras potencias mundiales como la UE y Rusia, a cuyo presidente Putin ─aliado de Teherán─ Trump lleva cierto tiempo alabando. Sin embrago, la política de Trump podría dar alas a la línea dura de antirreformistas y contrarios al acuerdo que existe dentro de la clase dirigente iraní, algunos de cuyos miembros ha hablado favorablemente de Trump. El líder supremo de Irán, Alí Jamenei, estuvo a punto de respaldar al empresario cuando dijo que «le llaman populista porque dice la verdad».
Trump, después de Brexit y del resurgimiento de partidos xenófobos, es una de las mayores preocupaciones de los europeos, pues va a continuar alimentando los incendios del nacionalismo y el populismo, y 2017 es año electoral en Europa, donde hay un riesgo real de que el Frente Nacional de extrema derecha acabe con el liderazgo del Partido Socialista en Francia. Austria, por su parte, se enfrenta a la posibilidad de elegir el próximo mes a su primer presidente de ultraderecha, mientras que en los comicios parlamentarios en Holanda se prevé un margen estrecho entre liberales y eurófobos liderados por Geert Wilders. Dirigentes como el húngaro Viktor Orban y el polaco Jaroslaw Kaczynski comparten algunas de las propuestas de Trump, y se prevé que la llegada de Trump exacerbará las diferencias entre los europeos.
Además, Trump puede alterar las relaciones trasatlánticas en cuestiones tan sensibles como los acuerdos internacionales de libre comercio (TTIP) o la seguridad y la defensa de los europeos. En este sentido, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, le ha recordado a Trump que “los líderes europeos siempre han entendido que, cuando se trata de seguridad, ir por sí solo no es una opción”. La evidencia hasta ahora sugiere que Trump es un pragmatista que posee un instinto mercantilista, por lo que la Unión Europea solo le interesará en la medida en que ésta pueda aportarle algo a cambio, como indicaba el director de investigación de ECFR, Jeremy Shapiro, en una conferencia en Madrid el pasado martes.
En América Latina hay varios temas que han generado gran polémica. En primer lugar, la abierta hostilidad con México causa alarma en toda la región. Ha anunciado la prolongación del muro así como deportaciones masivas de mexicanos; y el fin del NAFTA, entre otros asuntos. En cuando a Cuba, Trump anunció que desharía el acuerdo de la Administración Obama e impondría un acuerdo “más fuerte”, el cual no ha detallado todavía.
Por último, se prevé que las relaciones de EEUU con Asia -Pacífico van a sufrir un vuelco importante. La Administración Obama había situado esta región como una prioridad en política exterior, y se prevé que tanto esta región como la defensa de los derechos humanos no sean una prioridad en la agenda. Además, las promesas de Trump de establecer aranceles de hasta el 45% para las importaciones chinas abren la posibilidad de una escalada proteccionista entre ambos países. En el proceso de tratar de “corregir” la política económica con respecto a China, el presidente electo Trump causaría además otros desequilibrios en la economía global.
Conclusiones
Ante el perfil de los grandes mandatarios de las principales potencias mundiales, algunos analistas no descartan que el sistema internacional asista a una competencia entre potencias nacionalistas –China, Rusia, Estados Unidos– por intereses tanto económicos como geopolíticos. Washington tendrá que decidir qué tipo de relación establecerá con Rusia, en cuestiones tan delicadas como Siria y Ucrania, y de qué lado se pondrá en los conflictos en el Mar de China entre Pekín y sus vecinos; y estas cuestiones van a ser clave.
La otra posibilidad es que la interferencia de Trump con estas potencias pueda resultar en una complicada situación con los aliados de la OTAN, la Unión Europea, y con otras potencias de la región de Asia-Pacífico, o de Oriente Medio, que se vean perjudicadas por sus políticas. Además, existe la posibilidad de que los electorados de estos países puedan mostrar sentimientos de anti-americanismo debido a las polémicas y o tensiones que se generen.
Durante la interminable campaña presidencial, Trump aborrecía los detalles de la política y mostraba desconocimiento de cultura básica y temas de actualidad clave (por ejemplo en un programa de televisión demostró que desconocía la invasión de Crimea por parte de Rusia). Trump entrará en el Despacho Oval el 20 de enero como un enigma en muchos aspectos importantes, y las líneas arriba mencionadas dibujan lo poco que sabemos de esta próxima legislatura.